Descripción
Formato: 14 x 21 cm, con solapas.
Acabado: Plastificado mate.
Interiores: Edición ahuesado 90 gramos.
Nº de pág. 503 páginas.
ISBN: 978-84-18455-39-0
P.V.P.: 19,90 euros
Temática: NOVELA
Anotaciones de venta: Librerías GENERALES
Contenido exclusivo: Sí
Fecha de publicación: MAYO 2024
¿Qué es mejor: que 99 culpables se libren de la cárcel junto con un inocente o que un inocente entre en la cárcel junto con 99 culpables?
¿Es posible, en España, ser condenado a 20 años de prisión con algo más que una duda razonable?
¿Es posible, en España, que los jueces se plieguen a las exigencias de un movimiento dictatorial e incumplan las más mínimas garantías procesales condenando a inocentes tan solo para no colocarse ellos en el punto de mira de esos movimientos?
¿Es posible, en España, que el sistema judicial y penitenciario esté tan podrido y anquilosado que permita una sublimación de la in-justicia tan grande como es condenar a un inocente y soltarlo por ser culpable?
En opinión del autor la respuesta a la primera pregunta es clara: es mejor que 99 culpables se libran a que un solo inocente entre en prisión, y la respuesta las restantes preguntas es sí.
Pero más allá de esto, nos debemos preguntas a nosotros mismos: ¿Por qué somos tan hipócritas?
Gritamos a pleno pulmón: ¡No a la pena de muerte¡ ¡Sí al respeto a los Derechos Humanos¡
Después no nos avergüenza, es más, nos alegra, ver como se asesina, porque esa es la palabra que hay que utilizar, a un pederasta y asesino.
Así, los jueces y la sociedad en general han delegado el trabajo sucio, la ejecución de las penas en pseudo profesionales, en nuestros carceleros.
Aquí es donde toma verdadero cuerpo lo que le dice a Bran su padre en Canción de hielo y fuego /1 – Bran (1):
“El Gobernante que se esconde tras ejecutores a sueldo olvida pronto lo que es la muerte.”
En palabras del autor
Cuestionario
“El inocente asesino” presenta una dicotomía difícil de resolver. ¿Por qué ha decidió poner el foco en este problema?
Durante mi estancia en prisión he podio compartir tiempo y espacio con personas inocentes, o al menos así lo han decretado los Tribunales. También he compartido muchas vueltas al patio con compañeros que se declaraban inocentes, a pesar de haber sido condenados en firme y por lo tanto ser contraproducente para poder conseguir permisos y el acceso al tercer grado, al no asumir su culpabilidad, por lo que yo les atribuía cierto grado de veracidad.
Siendo abogado en ejercicio, me chocó profundamente que se pudieran cometer tantos fallos en la administración de la Justicia. Pero por desgracia, comprobé que así era.
He puesto el foco en esa pareja de opuestos, en el inocente que ingresa en prisión y se convierte en lo que la Justicia le había denominado, en un asesino. Y en las dos segundas partes a sus acciones, castigo y premio.
Lógicamente lo que yo relato en el libro no ha sucedido. O sí.
¿Qué vamos a encontrar en esta novela?
Posiblemente encontremos lo que no queremos ver, lo que nadie quiere saber: lo que de verdad ocurre dentro de los muros de las cárceles españolas. O mejor dicho, lo que no ocurre.
La cárcel hoy en día, aunque necesaria, no sirve para llevar a cabo el mandato constitucional por el cual las penas privativas de libertad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social.
Este mandato cuesta mucho dinero llevarlo a cabo. Dinero, medios y personal. Y no tiene beneficios tangibles ni aporta votos al gobierno de turno. Cualquier aporte en esa materia se tiene como “beneficios penitenciarios”; “Ablandamiento de las penas”, etc.
Pero cuando sale un preso de la cárcel después de 15 o 20 años y vuelve a violar o a matar nos llevamos las manos a la cabeza preguntando: ¿Qué ha podido fallar?
Hemos fallado todos, desde la sociedad en general, los medios de comunicación, nuestros políticos, y el sistema judicial.
Sucede exactamente igual que con los incendios forestales. Si no se limpia el monte en invierno, si no se talan los árboles muertos, enfermos o los que impiden el crecimiento de otros, si no se limpian y se mantienen al día los cortafuegos, el incendio no se puede sofocar.
¿Qué parte de culpa toman en esta problemática los gobernantes, la magistratura, la sociedad o los medios de comunicación o de difusión?
Por supuesto, según mi humilde opinión, toda.
En España tenemos un dicho que puede resumir esta situación muy bien: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”.
Los gobernantes tan solo se preocupan de las políticas que puedan hacer efectivas durante los cuatro años de su mandato, ya que no tienen asegurado seguir en el gobierno. La Ley Orgánica General Penitenciaria es del año 1979 y no solo no ha sido modificada sustancialmente, sino que tampoco el gobierno ha llevado a cabo su mandato: la creación de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, que tengo que recordar, los creó la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo de urgencia y la promulgación de una ley procesal que regule esta jurisdicción, petición que se repite año tras año por los Jueces de Vigilancia Penitenciaria y que no encuentran quien les escuche. No importa la situación de los presos.
Como bien dijo Mercedes Gallizo en su libro “Penas y personas”: ”Hay una norma no escrita pero muy presente que valora el buen resultado de la política penitenciaria si lo que se hace en las prisiones no es noticia, si no se habla de ello.”
Los jueces tienen la competencia en lo relativo a la ejecución de las sentencias que dictan según el artículo 117.3 de la Constitución. Pero lo cierto es que las penas las ejecuta un órgano distinto del que dicta la sentencia, los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, juzgados de ejecutorias creados Ad Hoc de tal manera que delegan sus funciones, en otros órganos judiciales ¡Sí! Pero las delegan.
Quien dicta sentencia, quien manda a la cárcel a una persona por 15 o 20 años, se despreocupa de lo que le sucede desde ese mismo momento. Lo deja en manos de otros, y así se va delegando hasta llegar a los Equipos Técnicos de las cárceles que no tienen ni medios ni personal ni ganas.
Los medios de comunicación tan solo están interesados en que suba su cuota de audiencia, sin importarles lo más mínimo el daño reputacional que inflijan a las personas.
Aumentar esa cuota de audiencia supone más ingresos en publicidad que en definitiva es lo que los mueve. La verdad, el derecho a la información, etc., son patrañas que camuflan la verdadera motivación: el dinero.
La sociedad es como ese trío de monos sentados: uno se tapa la boca, el otro se tapa los oídos y el otro los ojos. No quieren saber. Y después se llevan las manos a la cabeza.
¿Qué hace esta obra diferente a otras?
La vivencia del autor en primera persona. Tan solo los que hemos estado en la cárcel, como el magistral Cervantes, Oscar Wilde, Mario Conde, etc. Podemos describir fielmente lo que se siente en su interior, lo que se vive en el día a día del encierro. Y no me estoy comparando con ellos, ni mucho menos.
El resto de libros escritos sobre la prisión son historias contadas por terceras personas al autor, como por ejemplo “Los días iguales de cuando fuimos malas” de Inma López Silva.
Eso no quiere decir que el mío sea mejor y que el resto sean peores. Pero sí puedo decir que el mío es más fiel con la realidad de lo que sucede en el interior de una prisión.
Resume brevemente el objetivo o moraleja de este libro.
Me gustaría que sirviera como un toque de atención, un aviso a navegantes, para que nadie se lleve a engaño. Hoy por hoy, de la cárcel no se sale rehabilitado ni resocializado ni reeducado. Se sale peor de lo que se entró. Se sale odiando el sistema. Un sistema que te encierra porque tú no has respetado las reglas y que después compruebas por las malas, que el sistema tampoco las respeta, pero no tiene ni enmienda ni castigo.
Se permite, se autoriza, bajo manga, y todos contentos. Y cuando sucede, como ha sucedido en los casos del pequeño Alex en Lardero, o Laura Luelmo que un preso recién salido, de permiso o en tercer grado comete una barbaridad más, nos llevamos las manos a la cabeza de manera hipócrita.